martes, 16 de octubre de 2012

Tócale las pelotas... morirás, naturalmente

Garras, colmillos, agilidad, fuerza, rapidez, veneno, agudeza visual o auditiva... estas son las armas con las que la naturaleza ha dotado a los diferentes seres vivos del planeta, a todos salvo al ser humano. Es curioso que el ser vivo que se ha impuesto hegemónicamente sobre el resto de seres vivos no posea ni una de las armas físicas que permiten sobrevivir al resto de criaturas.
La mente es nuestra única arma, un arma que es capaz realizar pensamientos abstractos como de otro planeta, y precisamente, los pensamientos intangibles consiguen dominar las fuerzas más terrenales y físicas y hacen que nos creamos dioses poderosos y odiemos nuestra propia naturaleza terrestre. De hecho nuestro odio patente al mundo en que vivimos se palpa en todas las acciones que realizamos. Desde que el capricho evolutivo nos arrebató el físico a cambio de cerebro no hemos parado de modificar nuestro entorno para alejarnos de nuestra realidad. Nuestros pies hace mucho que no pisan tierra, tanto que en vez de estar preparados para andar sobre diferentes terrenos solo sentimos cosquillas cuando nos los tocan. El asfalto, el calzado, la ropa, edificios y todo lo que compone nuestra sociedad no hace mas que seguir ablandando nuestro organismo ante la naturaleza de la que nacimos, nuestros pulmones cada vez aguantan menos el aire natural dando como resultado alérgicos a plantas o animales, somos los únicos seres obesos del planeta, algo que algunos tratan de achacar a enfermedades pero que siempre tiene como telón de fondo la opulencia alimenticia a la que estamos expuestos como consecuencia a la supresión de la caza como medio de sustento.
Mientras que la evolución nos brindó el privilegio de poseer el arma más poderosa y peligrosa a la vez a cambio de desprotegernos físicamente, nosotros solos nos las ingeniamos para desprotegernos aún más y convertirnos en unas criaturas sólo válidas para un mundo creado por nosotros mismos que ya apenas entiende su propio mundo natural. Pero la necedad más clara es, sin duda, que en nuestra intención de alejarnos de nuestro planeta estamos tocando las pelotas al mundo que nos parió y sus reacciones, a pesar de que sigamos creyéndonos dioses, no están en nuestras manos, por ello, entiendo que asumimos que el día que una gota fría o un tsunami, terremotos, huracanes, volcanes... nos visiten y sepulten nuestros micromundos de neón bajo la tierra, solo podremos resignarnos y recordar que las pocas armas naturales que poseíamos las atrofiamos hace siglos a cambio de máquinas y materiales que nos hicieron poderosos mientras la naturaleza estuvo en calma. En un periodo de naturaleza convulsa probablemente nos convirtamos en una parodia chabacana que se rendirá ante garras, colmillos, agilidad, fuerza, rapidez, veneno, agudeza visual o auditiva... ¿recuerdas?

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