domingo, 9 de septiembre de 2012

El animal-humano

Parece el eterno debate, la eterna duda; ¿somos animales? y más aún ¿somos iguales que ellos?. Qué difícil resulta contestar a estas preguntas cuando sabemos con seguridad que los animales hablan como nosotros, bailan, cantan y se enamoran también como nosotros, ya nos lo mostró Disney a todos los niños del planeta de manera incesante y, ahora que somos adultos, nuestro cerebro se hace un nudo y nos bloqueamos al mirar cómo un oso copula con una osa y no saber discernir si aquello es amor o puro sexo instintivo más cercano a la violación.
Qué complejo resulta todo, cuántas dudas surgen y debates absurdos. La verdad es que la primera pregunta, la de si somo animales, de ello no queda duda, y no me refiero a esto de manera peyorativa sino de manera lógica; somos animales. Lo que está claro es que hay algo, algo raro y extraño que nos hace ligeramente diferentes al resto de animales que nos genera problemas a la hora de etiquetarnos.
De todos modos, creo que es obligatorio demostrar que sí somos animales y no seres de otro mundo venidos a este para sembrar todo de sabiduría. Para empezar creo que no queda duda en que si nos dañamos, herimos o pinchamos sangramos al igual que todos los animales excepto insectos, del mismo modo, nuestro cuero se compone de un puñado de huesos, tendones y músculos movidos por unos cuantos órganos más o menos desarrollados, por tanto creo que no cabe duda, somos de carne y hueso, una carne y un hueso bastante semejante al del resto de animalitos, así que podemos afirmar definitivamente que somos animales; ahora bien, todavía no conocemos si pertenecemos a animales domésticos o salvajes. En este punto es donde surge mi primer interrogante, ya que los animales domésticos no son más que animales manipulados por el hombre, es decir un animal manipula a otro y lo convierte en otro tipo de animal más cómodo para él. Por tanto, a pesar de encontrarnos en un sistema social en el que los poderes intentan incansablemente unificar, masificar, amansar y, en definitiva, domesticar a la población; y aunque no negaré que con muchos miles de individuos lo consiguen, sigo creyendo a cierraojos que todavía no hemos sido domesticados por nuestros semejantes, así que no nos queda otra que tildarnos como animales salvajes. No solo por no haber sido domesticados somos salvajes sino que actuamos como tales, seguimos matando para alimentarnos (cosa que ya no hace ningún animal doméstico, ni siquiera los carnívoros) y matamos más de lo que lo haría cualquier otro animal salvaje, de lo contrario nos sería imposible encontrar tanta variedad de carnes en nuestros centros de caza prefabricada con nombres de hipermercado. Así pues, ya podemos clasificarnos como animales salvajes, de modo que casi seguro que nos pareceremos más a un león que a una oveja o un perro, es decir, nos pareceremos más a animales con instintos muy marcados que animales que, a fuerza de la selección humana y no natural, han terminado por perder gran parte de sus instintos carentes de sentido. Nuestros animales domésticos no solo pierden instintos, sino que no adquieren otros, así que son animales mas tontos que el resto de animales, siendo inútiles para vivir en libertad. Curiosa paradoja, la misma naturaleza que creó a la oveja, ahora es su mayor enemigo, ya que en ella apenas duraría un par de días sin ser devorada, atrapada, magullada, ahogada o violada por un muflón.
Una vez demostrado que somos animales salvajes e instintivos, solo nos queda ir acercando límites para saber cuál es la diferencia entonces entre el animal y el animal-humano.

No hay comentarios:

Publicar un comentario